JÍBAROS, ANIMISMO, SHAMANES Y ALUCINÓGENOS
Texto y fotografías: Diego de Azqueta Bernar.©copyright Diego de Azqueta Bernar Publicado en: REVISTA JANO

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El mito y la leyenda que siempre han acompañado a los jíbaros hacen que se piense que son una belicosa etnia exclusivamente dedicada a la caza de cabezas.

Si bien es cierto que la principal actividad de los jíbaros que no se han integrado en la Federación Ecuatoriana de Centros Shuar es la guerra, debe decirse que actualmente existen 20.000 individuos afiliados a la Federación y que solamente una minoría no lo ha hecho todavía conservando absolutamente todos sus rasgos culturales. Ellos son los achuaras.

Debe señalarse que temas tan apasionantes como los de la concepción cosmogónica y religiosa del jíbaro, su idea de la enfermedad y su sentido de lo trascendente, prácticamente nunca han sido estudiados con cierto detenimiento.

En este reportaje nos detendremos en la concepción mitológica de los espíritus y en la práctica del shamanismo -importantísima actividad dentro de este grupo-. A este respecto haremos mención especial al consumo de los alucinógenos como medio insustituible para alcanzar el indescifrable mundo del subconsciente y acceder a la manipulación de las fuerzas paranormales del individuo. La limitación de este artículo nos impide extendernos lo que desearíamos sobre este apasionante capítulo.

Los datos obtenidos para realizar este reportaje han sido desglosados a través de la labor realizada en los poblados achuaras de Taisha, Tutinensa, Makuma y Wichimi, todos ellos situados en la selva oriental amazónica del Ecuador.

ANIMISMO

Puede decirse que el animismo más elemental define la concepción religiosa de los achuaras -que es como auténticamente se denominan- estableciendo una exuberante riqueza mitológica que define su mundo.

Lo sobrenatural y lo real se entremezclan en la filosofía de esta cultura para la que lo único verdadero es la realidad espiritual que cada concepto físico conlleva. La realidad aparente, pues, no define sino un reflejo del verdadero concepto absoluto, realidad sobrenatural que cada individuo trata de buscar en sus actuaciones diarias.

La naturaleza se divide en distintos sectores en los que un espíritu superior ejerce su influencia. Los hombres nunca pueden violar los mandatos de estos espíritus ni aprovecharse de su nombre para reclamar unos derechos de que fueron investidos en el principio de los siglos.

El primero de estos espíritus es Shakaim, el dueño de la selva y el leñador más fuerte que nunca existió. Cuando su nombre es pronunciado los troncos de los árboles se vuelven flaccidos como una papaya.

Las leyendas de los jíbaros son ricas en detalles y variadísimas concepciones de estos seres, determinando que esta cultura posea unas dotes imaginativas admirables.

La historia de Uchich Nunkui narra cómo otrora enseñara a las mujeres a labrar la chacra y a preparar la chicha. Hoy, Uchich Nunkui representa un lar, invocado por la mujer cada vez que escupe la mandioca para fermentar la chicha en su faenar diario.

Quizá debido a la importantísima influencia de los ríos en la cultura de los jíbaros, Tsunki represente un espíritu fuera de lo normal. El es el dueño y señor de todas las vías fluviales y vive rodeado de majestuosas anacondas y poderosos caimanes en el lecho de los ríos.

Todos los pescadores nombran a Tsunki antes de comenzar su trabajo, y saben que si él no lo permite no habrá pez alguno que acuda al anzuelo o al arpón traicionero.

Etsa es otro de los grandes espíritus que condicionan la vida del achuara. El es el señor todopoderoso de la fauna. Con su aquiescencia, ozelotes, pécaris, monos y tucanes son fácilmente atinados por las flechas o plomo de las carabinas, Etsa luchó contra Iwianchi, espíritu del mal, y siempre ayuda a sus hermanos en la guerra. Su nombre es invocado antes de cada batalla. El enseña ardides y estratagemas para vencer al enemigo Ayampún es uno más de los héroes mitológicos de los jíbaros. Es soberbio, valiente y poderoso, pero Ayampún detesta la guerra. Es él quien obliga a los achuaras a que solamente se haga una guerra sana y justa.

Cuando el jibaro reducía los tsantsas -cabezas- por el procedimiento tan divulgado en recientes publicaciones, pedía a Ayampún que no resucitara a quien justamente fue muerto.

Finalmente está Arutam, el espíritu pródigo en energía y fuerza. El alma que lo impregna todo desde el minúsculo insecto hasta el gigantesco pambil.

Cuando el débil Kujanchán venció al gigante Japapiumchack también poseía al fuerte Arutam dentro de si.

Para conseguir el Arutam hay que acudir a una cascada donde se comenzará a beber zumo de tabaco y a consumir natema -ayahuasca-, potente alucinógeno.

De esta guisa el solicitante del espíritu puede tener un contacto directo con el ente sobrenatural y adquirir la mágica fuerza Arutam.

Intentará tocar la cascada con la mano, explotando Arutam en cien formas que irán poseyendo el ser del solicitante.

Fuertemente agitado por un deseo de matar, el jíbaro, aturdido por los efectos de la droga, apercibirá la zoomórfica figura del Arutam que cada vez se le representará en una distinta metamorfosis. Entonces será un hombre libre alcanzando el auténtico "status" de achuara:"hombre".

Existen tres tipos distintos de Arutam, de los que el más importante es el Arutam Waikia o alma vengadora, que es la auténtica posesión del espíritu.

La concepción del mal de los jíbaros es vaga e imprecisa, indiferenciándose los espíritus malignos de los benignos. Sin embargo, existen dos espíritus que son muy temidos. Son el gigante antropófago Iwianchi y el Uwishini, portador de enfermedades.

VIDA

La vida cotidiana del grupo comienza aproximadamente a las 2 horas de la madrugada. Todos los componentes del grupo se sientan en la oscuridad bebiendo a grandes tragos una infusión que les hará devolver limpiándoles el estómago de impurezas y enfermedades. En estas horas de la mañana el achuara se sume en momentos de esotérica espiritualidad que comparte con todos los miembros de la familia.

La conversación discurre por los sueños y pesadillas vividos durante la noche y con la esperanza de que la mañana siguiente será rica en espíritus y buena suerte.

Cuando el jíbaro cae enfermo, acude siempre al consejo de un shamán -hechicero-, quien será el que alivie el mal sacando al espíritu que ocasionó la dolencia. Las fuerzas que rigen la naturaleza son exclusivamente sobrenaturales y la única manera de llegar a captarlas y comprenderlas es a través de los alucinógenos.

Por esta razón, la colectividad necesita de especialistas, shamanes, manipuladores de los espíritus entre los que podemos diferenciar a los shamanes hechiceros y curanderos.

Los shamanes utilizan el natema, bebedizo alucinógeno, como único vehículo al misterioso mundo del subconsciente.

Este narcótico preparado con segmentos del bejuco Banisteriopsis caapi o ayahuasca, de la familia de los Malpighiacias, es una poderosa droga que contiene alcaloides de hormalina hormina.

Bajo los efectos de la droga el shamán se sume en un estado de trance que culmina normalmente con la extirpación del mal del cuerpo del paciente.

El aprendiz de shamán deberá acudir adonde un shamán ya investido en la comunidad para que le transfiera los espíritus; tsentsak, necesarios para poder curar y hechizar. Durante tres meses de completa abstinencia sexual y moderado ayuno, el aprendiz comenzará a aprender el uso de la droga natema.

Durante este período de preparación procederá a recoger distintos insectos, piedras y palos que transformará en espíritus tsentsak a sus órdenes.

Una vez que el primer tsentsak aparezca en la mente del shamán, se puede decir que estará ya preparado para utilizarlo, es decir, que será un nuevo shamán en la comunidad.

Si el shamán que le preparó es un shamán hechicero, puede decirse que, sin duda alguna, el futuro shamán tendrá poderes de hechizar.

Para ello, deberá acudir a las proximidades de la víctima y, escondido en la espesura de la selva, le enviará tsentsaks en forma de flechas de chonta o anamuks, que se deslizarán por el agua hasta herir al pobre desgraciado.

Cada tsentsak tiene un aspecto natural y otro sobrenatural. El auténtico aspecto -el sobrenatural- del tsentsak, solamente es percibible por los shamanes bajo el efecto del natema. Pequeñas piedras y palos se transforman en poderosos ozelotes, gigantescas mariposas o punzantes flechas que tanto pueden introducirse en el cuerpo de la futura víctima, como proteger al shamán de cualquier posible mal.

Puede afirmarse, sin lugar a dudas, que los hechizamientos son las causas más extendidas de la guerra achuara.

Nosotros mismos fuimos testigos de las actividades defensivas de un grupo achuara en Wichimi que protegía sus casas con empalizadas y no dejaba nunca la carabina ante la inminencia de un ataque enemigo.

Efectivamente, el ataque vengador de la muerte de un enfermo se centrará siempre en un shamán, único con poder para hechizar y será siempre por sorpresa, reuniendo la alevosía, la nocturnidad y la falacia.

El shamán, bajo los efectos del alucinógeno sabrá quién era el que más odiaba a la víctima, que sin duda ninguna fue quien la hechizó.

Cuando un shamán advierte la insuficiencia de sus tsentsaks, debe probar su poder percibiendo un gran temblor en el tronco de un árbol previamente atravesado por una invisible flecha de chonta. Si no pudiera hacerlo, deberá ingerir más cantidad de natema o de pimpuri -maitua-, potentísimo alucinógeno de efectos aún más duraderos y contundentes que el natema.

Cuando el tsentsak causante del mal ha atravesado el cuerpo de la víctima y a pesar de la clarividencia que otorga el bebedizo no puede verse, nadie ni nada podrá salvar al pobre desdichado. Sin embargo, si este tsentsak invisible chocó contra alguna viscera o hueso y aún permanece en el cuerpo, habrá posibilidades de salvación.

Para ello y durante la noche, el shamán curandero comenzará a prodigarse en canciones, silbidos y lamentos que terminarán con la aparición del espíritu protector. Entonces ingerirá mayor cantidad de alucinógeno natema y comenzará a estudiar el cuerpo del paciente que se le aparecerá transparente y limpio, apercibiendo rápidamente la presencia del elemento extraño. Chupará la superficie afectada mientras mantendrá escondidos dos tsentsaks exactamente iguales al que vió en el interior del cuerpo enfermo.

De pronto y mágicamente aparecerá un tercer tsentsak en la forma de un pincho, piedra o caparazón de cualquier insecto, que gracias a su extraordinario poder y a la ayuda del espíritu aparecido en la alucinación habrá podido ser eliminado del cuerpo enfermo, evitando de esta forma el mal.

Nadie dudará de la autenticidad del tsentsak, pues era exactamente igual que los otros dos que ahora desaparecieron misteriosamente.

Así y utilizando un poco de manipulación y un mucho de sugestión y medicina vegetal, el crédito del shamán siempre permanece a salvo.

Cuando la víctima ha sido tan certeramente dañada que perece, se deberá a un tsentsak que atravesó el cuerpo y que, por tanto, no pudo eliminarse.

La idea del tsentsak en su bicefálica imagen de artero dardo espiritual causante del mal y representación física de una engañosa realidad, permite que la teoría de éste encaje perfectamente en la concepción de la enfermedad de los jibaros.

La mayor capacidad de absorción de tsentsaks que cada shamán pueda tener, estará asimismo en función de la mayor cantidad de droga ingerida.

La actividad diaria del shamán se desarrolla protegiéndose de los veloces wakani, pájaros portadores de tsentsaks enviados por shamanes vecinos, y practicando el difícil arte de enviar tsentsaks a otros shamanes a través de un arco iris mágico.

Para terminar, apuntemos que el consumo del bebedizo natema, Banisteriopsis caapi, no está reservado a los shamanes, sino que su uso está generalizado en la comunidad ante la necesidad de tomar una importante decisión o de adquirir un Arutam.

Las tinieblas de este fantástico mundo del shamanismo entre los jíbaros se van abriendo poco a poco; para acceder a él deberemos decir que la única vía posible es la del alucinante viaje de los bejucos de la ayahuasca y del maitua, invisibles portadores de las fuerzas paranormales del shamán.

Diego de Azqueta Bernar