EL MUNDO ESPIRITUAL DE LOS SIONAS. ECUADOR
Texto: WILLIANT VICKERS (Departamento de Antropología Universidad de Florida EE. UU)
Fotografías: Diego de Azqueta Bernar.©copyright Diego de Azqueta Bernar
Publicado en: Revista Ronda Iberia, agosto 1975

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Los indios sionas y secoyas habitan las junglas del noroeste del Ecuador y las zonas adyacentes de Colombia y Perú. Se trata de dos tribus íntimamente relacionadas, pertenecientes a la familia lingüística del tucanoa occidental. Siguen tradiciones culturales similares y en época reciente se entrecasaron, de forma que ahora habitan juntas los mismos poblados en el Ecuador. El territorio tradicional de los tucanoas occidentales incluía la tierra comprendida entre los ríos Putumayo, Aguarico y Napo, desde las próximas estribaciones de los Andes, en el Oeste, hasta la confluencia del Napo y el Amazonas en el Este.

Cuando los primeros misioneros españoles visitaron a los tucánoes occidentales en 1599, éstos vivían en poblados independientes esparcidos por los bosques. Los primeros españoles los denominaron los "encabellados", debido a la costumbre de llevar el cabello largo, trenzado en un complicado peinado. Desde 1635 hasta 1799 los religiosos franciscanos y jesuitas trabajaron entre los encabellados, tratando de sacarlos de sus retiros en la selva y concentrarlos en los poblados de los ríos principales. Sus esfuerzos alcanzaron un cierto éxito, pero éste se vió truncado debido a la falta de religiosos para atender una zona tan amplia, y al gran temor que los indios sentían por las epidemias que sufrían los colonizadores y la brujería de sus vecinos.

Hacia finales del siglo XVIII los misioneros abandonaron sus esfuerzos. Existen pocos datos históricos sobre los encabellados desde esa época hasta los relatos de los viajeros europeos de finales de 1800 y principios de 1900, cuando la tribu habitaba todavía el territorio tradicional. Los tucanoes occidentales del río Putumayo sufrieron enormemente durante la época del apogeo del caucho, hacia los comienzos del siglo actual, pues fueron explotados brutalmente por los comerciantes blancos y padecieron además diversas epidemias de sarampión, viruela y gripe introducidas por los blancos. Actualmente viven en el Ecuador unos 250 sionas y secoyas, y aproximadamente el mismo número en Perú y Colombia. Aunque los siona-secoyas han mantenido contacto con la civilización blanca durante muchos años, sobrevive mucha de su cultura tradicional. Todavía practican el lacinado y quemado alternativo de las principales cosechas de mandioca, plátano y maíz. Son un pueblo muy movible y a menudo abandonan sus poblados durante largos viajes en canoa para dedicarse a la caza y pesca. Los hombres llevan "cushmas" (especie de túnica larga), collares de cuentas alrededor del cuello, ruidosos cascabeles de nueces huecas sobre el pecho, adornos de plumas en la nariz y las orejas, y decorativas coronas hechas con brillantes plumas de pájaros tropicales.

COSMOLOGÍA

La religión tradicional de los siona-secoyas abarca un complejo sistema cosmológico de espíritus sobrenaturales, demonios del bosque, animales antropomórficos y explicaciones de los fenómenos físicos. Creen que el universo consta de la Tierra, un mundo celestial llamado Quenahuen y un infierno. Los indios habitan la Tierra o Yija. Mai ja'qué o "nuestro padre" es el dios que creó la Tierra y su morada se encuentra en el lejano cielo. En el mundo celestial existen ríos, animales y gente como en la Tierra. Los habitantes del cielo o Huiña Huái pertenecen a muchas tribus con distintos nombres y son conocidos por sus finos ropajes, adornos de plumas sobre la cabeza y barcos de brillante metal que utilizan para viajar por el Umeasiaya, el gran río celestial. Como los siona-secoyas, poseen huertos de mandioca, pero en el mundo celestial, más perfeccionado, los tubérculos brotan como las frutas de un árbol, sin necesidad de ser extraídos de la tierra. La caza es también mucho más fácil en este paraíso, pues los animales de los bosques son dóciles y no temen al hombre. Los huiña hua'i son un pueblo feliz y la fuente de su conocimiento es, como para los siona-secoyas, la planta alucinógena yage (Ba-nistesopsis coapi). Los huiña hua'i dan sus nombres a los siona-secoyas de la Tierra y reciben sus espíritus cuando éstos mueren.

El infierno contiene también un río y seres sobrenaturales. Es la morada de los Jicomopai, o seres con rabo, antiguos ancestores de los siona-secoyas. Cuando el dios Mai Ja que caminaba sobre la Tierra antes de la existencia del hombre, se encontró en un sendero con un Jicomopai llevando un poco de arcilla que dijo ser la fruta de la palma del chonta duro. Maí ja que dijo al Jicomopai que él le enseñaría el auténtico chonta duro y le ofreció la chicha obtenida de la planta. Pero el habitante del infierno únicamente olió la chicha. Los Jicomopai no habían aprendido a comer como verdaderos humanos porque carecían de ano y por tanto no podían defecar. Mai ja que ordenó que subieran del infierno a los Jicomopai y, según iban apareciendo éstos por la boca de una caverna, Mai ja que les arrancaba los rabos y se convirtieron en verdaderos humanos —los siona-secoyas.

EL CURACA

La clave para la comprensión de la religión de los siona-secoyas y, además, el foco central de su cultura están en la planta psicodélica denominada por ellos yage, conocida en otras zonas del Amazonas como ayahuasca o cayapi. Se trata de varias especies del género Banisteriopsis y contiene los alcaloides psicoactivos harmino, harmalino yd-tetrahydroarmino. El uso de yage es común entre las tribus del alto Amazonas, pero no es probable que existan muchas tribus para las que sea más significativo que para los siona-secoyas. Representa para ellos la fuente de todo conocimiento, la seguridad de una buena caza, el poder de curación y la entrada al "más allá".

El uso del yage se realiza normalmente bajo la supervisión de un hechicero o curaca, conocedor de su uso y que, según la creencia, ha alcanzado un mayor nivel de percepción espiritual y poder debido al repetido uso del yage y otras plantas con propiedades alucinógenas o medicinales. El término curaca es yage uncuque, que significa literalmente "bebedor de yage""

El prestigio del hechicero es grande y para obtener el título de jefe -o Intibaiqué, "esta persona que vive"- se requiere un conocimiento de hechicería. No es éste un puesto formal de autoridad, sino más bien un título de respeto concedido al hombre a quien el pueblo considera como el más sabio entre todos los de la comunidad. El intibaiqué no ordena a los miembros de la tribu, pero sí los influencia con el ejemplo de su comportamiento, su generosidad y su consejo. El puesto no le ocupa una jornada completa de trabajo. Participa en las actividades cotidianas realizadas por todos los hombres, pues el nivel tecnológico relativamente bajo de la cultura siona-secoya no produce un alto grado de especialización. Un joven que aspire a ser curaca entrará en un período de aprendizaje de hasta un año de duración bajo la tutela de un experto hechicero. Durante este período sus contactos sociales son limitados y formalizados (no se permiten relaciones con mujeres) y su régimen alimenticio se reduce a la carne de animales pequeños, plátanos y maíz. Deberá adelgazar y beber mucho yage a frecuentes intervalos para poder experimentar contactos con el mundo de los espíritus. El camino no es fácil, y muchos aspirantes fracasan en la búsqueda de la sabiduría. El curaca puede también rechazar a algunos de los principiantes si ve que a éstos les faltan suficientes motivaciones para seguir tan estricto régimen.

El experto curaca es un hombre muy respetado por sus conciudadanos.Este "ve bien" las visiones del yage. Su alma vuela hasta Quénahuen a visitar a los huiña huai y puede hasta acercarse al gran Maijaqué. Puede también descender al infierno y pedir a Hueapo, el guardián de los cerdos salvajes, que envíe al poblado pécaris para que los hombres cacen. Asimismo, puede curar las dolencias causadas por los dardos mágicos de los brujos, chupando las heridas o friccionando el cuerpo de la víctima, o si el mismo es el mal, puede lanzar dardos para herir a sus enemigos. Aunque se considera al curaca como el más sabio de los hombres, su actitud es modesta. Su prestigio se basa en el reconocimiento de su gran sabiduría, su experiencia con el yage y su devoción en materias del espíritu. No es un hombre como los otros: sus necesidades físicas son pocas y posee una visión sobrenatural.

LA CEREMONIA DEL YAGE

El uso de la planta Banisteriopsis en la cultura siona-secoya se realiza dentro de un contexto sumamente ritualizado y religioso. No se utiliza como un medio de agresión contra las normas de la sociedad, sino que representa los valores máximos y más sagrados de la cultura.

No existe un programa regular de las ceremonias del yage que corresponda a fechas específicas. Se celebran frecuentemente a intervalos de aproximadamente un mes, pero si el hechicero tiene en consideración un propósito específico, como por ejemplo invocar a los espíritus a que cesen las lluvias para poder quemar los campos, puede celebrarse la ceremonia tan pronto como transcurran tres días después de la última. La preparación del yage no la realiza el curaca personalmente, sino dos o tres de sus ayudantes conocidos como los "cocineros" (yahe kwakoli: cocedores del yage). La tarde anterior a la fecha señalada para la ceremonia estos asistentes se dirigen al jardín a cortar trozos de la planta Banisteriopsis y la transportan, lenta y respetuosamente, hasta la casa ceremonial situada en lo profundo de la selva. A la mañana siguiente, los asistentes vuelven a la casa ceremonial y allí uno se encarga de la cocción del yage mientras los otros traen agua y leña. Una vez limpia la planta, se coloca la corteza en un recipiente de arcilla con agua junto con las hojas de una planta llamada yage oco o "agua de yage", y se deja cocer la mezcla durante todo el día. A lo largo de este período los asistentes celebran ritos especiales para proteger el yage de todo poder maligno. Al atardecer, cuelan el contenido del recipiente, reservando únicamente un líquido espeso de color de miel. Este líquido es conocido como huea yage o "maíz yage" y es la poción que se consume.

Poco antes de la puesta del sol, el curaca llega a la casa de ceremonias acompañado de los otros participantes en el ritual. El acto de beber el yage es una acción comunal. Pueden participar familias enteras y el número de individuos puede sobrepasar los veinte. Llegan éstos vestidos con sus mejores cushmas, adornados con una complicada pintura facial roja, collares de vistosos colores y plantas olorosas sujetas a los brazos por medio de bandas tejidas en algodón. Durante casi una hora discuten sobre temas cotidianos, como la suerte tenida en el último viaje de caza o actividades agrícolas.

Luego, el curaca se sienta en un banco especial y comienza un largo y rítmico canto alrededor del recipiente del yage. Después de cerca de una hora de cánticos, sirve el yage a aquellas personas que lo deseen (generalmente todos los presentes, excepto los niños muy pequeños).

Mientras sirve el yage, el hechicero hace sonar su sonajero y sopla sobre los que van a beber. Después de servidos, vuelven todos a sus hamacas colgadas de los postes de la casa y esperan a que la droga haga su efecto. Al cabo de una o dos horas, muchos de los participantes comienzan a sentir náuseas o diarrea, excepto el curaca, debido a su gran experiencia con la droga. Después de este período de malestar físico, los participantes se hallan ya dispuestos a comenzar la experiencia espiritual con el curaca al frente.

El hechicero canta siguiendo el ritmo del sonajero de hojas, que mueve con una mano. Sus canciones poseen un lenguaje mágico especial, apenas comprendido por los otros presentes. Durante la ceremonia, el alma del curaca se eleva hasta Quenahuen y se mezcla con grupos tanto del Huiña Huai como los Jiesaippai - "gente del pájaro azulejo"- y los Huacara pai - "gente de garza"-. A pesar de estos nombres, no se trata de pájaros, sino de seres espirituales con tótems representados por estos animales. Un hechicero me recalcó que hay tal cantidad de seres espirituales, que parecen participantes en un consejo, aunque verdaderamente todos viven siempre así. Algunos de los Huiría Huai son del tamaño de un ser humano normal, pero otros son tan pequeños como ranas.

El mundo de los Huiña Huai es de gran belleza y abundancia. Una palmera arroja sus cocos sobre un afluente del Umeasiaya y al ser estos arrastrados por la corriente, producen una música como de flautas. Las aguas del gran río del cielo son tranquilas como las de un lago y tan anchas que no se ve el otro lado. Las orillas del río son extensas playas en donde los Huiña Huai plantan sus huertos sin necesidad de limpiar la maleza de la selva.

Todos los Huiña Huai poseen lanchas metálicas de brillantes colores con las que atraviesan el Umeasiaya. Un hechicero me dijo que él había montado en todas las lanchas mientras bebía el yage. Había viajado también en el Ese Yohué o "canoa del sol". Es ésta una gran canoa roja de cuya proa sobresale un poste con un espejo colgando de la punta. El sol, visto desde la tierra, es un reflejo de este espejo. El movimiento del sol en el cielo se produce en realidad al navegar el Ese Yohue sobre el río celestial. Cuando la canoa desaparece al girar en el río, se hace de noche, y cuando se retira el espejo para su limpieza se produce un eclipse solar. El guardián del sol es Siecuri Huati, el "demonio de sangre roja".

Los Huiña Huai pueden en algunos casos descender a la Tierra durante una ceremonia del yage si el curaca se lo pide. No obstante, únicamente el curaca los ve claramente e interpreta su visión a los otros bebedores del yage. Bajo su guía pueden éstos comprender el significado de las visiones y de los cánticos del curaca. El curaca puede también tocar un arco musical de una sola cuerda y se dice que los Huiña Huai bailan al son de la música de caza producida por este instrumento. Continúa el curaca cantando durante toda la noche y de vez en cuando los demás le contestan desde sus hamacas. El virtuoso curaca nunca descansa y ni siquiera se reclina sobre una hamaca. Su deber es soplar el fragante humo de cera de abejas sobre los otros, protegerlos de los demonios, cantarlos si se ponen enfermos y guiarlos durante la larga noche.

Al amanecer, el curaca sirve porciones extras de yage a aquellos que lo deseen. Luego efectúa ritos de curación con los que sufren alguna enfermedad. Esto requiere cánticos curatorios especiales y absorción y fricción de la parte del cuerpo aquejada, para la extracción del objeto extraño causante del dolor. Algunos de los participantes raspan la planta llamada "yoco" y preparan una bebida con un alto contenido en cafeína que sirven a los demás. (Esta planta realiza la misma función que el café en la sociedad moderna.) Hacia las diez de la mañana los participantes comienzan a recoger sus hamacas y abandonan la casa ceremonial. Antes de integrarse a sus propios hogares pueden detenerse en la casa del hechicero a tomar un plato de pescado y pan de mandioca.

CONCLUSIÓN

El conjunto de creencias y ritos que rodean la utilización del yage en la vida tradicional de los siona-secoyas es la clave para la comprensión de la vida intelectual de este pueblo. Representa el aspecto central de su religión, el desarrollo de los dirigentes, la curación, la seguridad de una buena caza y cosecha y la entrada al "más allá". Según hemos visto, la ceremonia del yage es también un modo importante de promover la solidaridad del grupo por medio de experiencias personales compartidas.

La utilización del yage fomenta la fe en el poder de los hechiceros y en la creencia en la brujería. Se considera al hechicero de la localidad como el curador de enfermedades causadas por otro brujo habitante de un lejano poblado. Este temor a la brujería constituye la razón de la tendencia característica del pueblo siona-secoya a habitar en poblados dispersos. En este sentido, el yage desempeña una función ecológica, pues el medio ambiente de la selva tropical es bastante más pobre en riquezas naturales de lo que generalmente se cree. El suelo tiende a ser bastante bajo en alimentos nutritivos y, aunque la fauna resulta variada, no es muy numerosa. Los recursos naturales de una zona pueden extinguirse en un período de tiempo relativamente breve. Por tanto, la creencia en la brujería de los siona-secoyas, apoyada en la utilización del yage, ha contribuido a mantener dispersos sus poblados, lo que, a su vez, ha ejercido menos presión en las riquezas naturales de las que dependen para su subsistencia.

Entre muchas otras tribus del Amazonas existen técnicas bélicas muy avanzadas que implican invasiones de poblados lejanos, apoderarse de cabezas humanas u otros trofeos, canibalismo y captura de esclavos, que desempeñan la misma función ecológica. Entre los aborígenes siona-secoyas existían indicios de estas actividades bélicas, aunque muy débiles. Temían quizá más a los dardos mágicos de un hechicero maligno que a las lanzas de sus enemigos, por lo que en las guerras se condujeron bajo el dominio de lo sobrenatural.

En época moderna los siona-secoyas han mantenido mayor contacto con la sociedad nacional, pues las junglas orientales del Ecuador se han abierto a la exploración de las compañías petrolíferas y ha aumentado la inmigración de colonizadores de la costa y la sierra. Algunos siona-secoyas van modificando sus creencias tradicionales a favor de nuevas formas, pero el poder del yage continúa siendo fuerte y la búsqueda de la sabiduría todavía prevalece.

Williant Vickers