LOS ÚLTIMOS COLORADOS
Texto:Manuel GutiÉrrez EstÉvez. FotografÍas: Diego de Azqueta Bernar
Publicado en: Revista Caza Fotográfica, nov-dic. 1974

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Los hombres "colorados" son los únicos aborígenes ecuatorianos, junto a los cayapas, que se han mantenido hasta hoy en la estrecha franja de selva comprendida entre el Pacífico y las primeras estribaciones andinas. Retirados progresivamente de las zonas más próximas a la costa y reducidos a un total de cerca de 1.000 individuos, los "colorados" se asientan en un poblamiento disperso junto a los ríos que corren en las proximidades de la reciente ciudad de colonos de Santo Domingo de los Colorados. Situados junto a uno de los principales nudos de comunicaciones del Ecuador, por donde pasan y se realizan los más importantes intercambios de productos entre la Sierra y la Costa, los "colorados" sorprenden por el grado de conservación de algunos elementos de su cultura tradicional (la decoración corporal y las prácticas médicas, por ejemplo) y la aceptación, por el contrario, de otros rasgos que son característicos de la versión occidental de la cultura urbana (economía monetaria o educación escolar).

Esto hace que los "colorados" constituyan para el etnólogo una estimulante excepción a las teorías acerca de la casi imposibilidad de adaptación de los grupos de cultura selvática a las normas sociales y económicas propias de nuestra cultura. La disyuntiva: "zona de refugio" o aculturación incontrolada, parece perder su planteamiento radical ante los equilibrados modos de conducta del pueblo "colorado". Desde cierta perspectiva, los "colorados" constituyen un islote de primitivismo junto a una zona de especial actividad comercial y agrícola; desde otra perspectiva, son un pueblo que no sólo mantiene unas relaciones con la sociedad global similares a las de otros pueblos campesinos, sino que tiene además papel de protagonista en el campo de la medicina popular y las prácticas curativas más o menos ortodoxas.

La denominación de "colorados" la recibieron de los españoles en los primeros tiempos de la conquista, ante lo llamativo de los cabellos masculinos teñidos cuidadosamente por el pigmento procedente de la semilla de achiote (Bixa orellana).

Ellos se dan a sí mismos el nombre de "chachi" que, como en tantos otros pueblos, es una denominación genérica que vale tanto para decir "hombre" o "persona" como miembro de nuestra comunidad. Frente a los "chachi" están los "feto" (los blancos) o los "pabán" (los negros costeños). Entre los "chachi", u hombres "colorados", hay algunos de cabello rubio y otros que podrían clasificarse claramente como albinos. Nadie sabe con certeza la razón de esta sorpresa genética; pero una vieja historia, que ya sólo conocen los más ancianos, cuenta cómo hace muchos años los "colorados" vivían más al norte, entre los ríos Malaute y Cocaniguas, y formaban un verdadero pueblo, con autoridad patriarcal, templos y estructura propia de una cultura sedentaria. Vivieron allí durante muchos años y en completa paz hasta que, por las montañas de Mindo y Nanegal, llegó un grupo de extranjeros que instalaron allí sus serrerías, convirtieron la selva en potrero, levantaron una iglesia y empezaron a usar a los "colorados" como fuerza de trabajo. Las relaciones fueron buenas al comienzo, pero los extranjeros, no satisfechos con sus propias mujeres, tomaron por la fuerza a las mujeres "coloradas". Como represalia, los hombres blancos y rubios fueron asesinados, pero se respetó la vida a sus mujeres que acompañaron al pueblo colorado en su huida a las espesuras de la otra orilla del río Toachi. Ahora viven, dispersados ya para siempre, junto a otros ríos que dan nombre a las "comunas" indígenas del grupo: el Poste, el Peripa, el Cóngoma, el Búa...

En el orató frecuentemente hay algunas sencillas herramientas agrícolas, están tendidas las redes de pescar y, a veces, hemos visto allí instalado el pequeño telar de mano ("istá") en el que las mujeres tejen las piezas para todos los miembros de la familia. Dentro de la casa propiamente dicha, el mobiliario es escaso; colgados de las paredes hay distintas clases de recipientes, algunos metálicos, otros de frutos ahuecados al estilo de los mates o calabazas (por ejemplo, el "bolí" para acarrear agua o el "lanté" para guardar el achiote), otros, en fin, de bejucos entretejidos, como los "chala", grandes canastos para llevar los plátanos. En las esquinas y bien pegadas a las paredes están las camas ("loa"), consistentes en cuatro postes clavados en el suelo, sobre los cuales se asienta una tarima de tiras de madera de palma unidas entre sí por bejucos. Sobre la tarima, una estera tejida de totora hace funciones de colchón o petate. Hacia el fondo de la casa se levanta el fogón o "nifú", constituido por dos estrados rectangulares a diferente altura, en los que se colocan los enseres de cocina y los alimentos; del estrado inferior penden dos bejucos con sus respectivos ganchos de madera ("berunga") para colgar los recipientes sobre el fuego encendido en un pequeño hoyo del suelo. Los perros merodean alrededor del "nifú" esperando un descuido que les permita husmear en el caldero. A veces, una pequeña hamaca con el niño más pequeño de la casa está tendida junto al fogón para que la madre pueda simultáneamente atender la cocina y balancear a su hijo. Sentada en cuclillas atiza el fuego con soplillo aventador ("pefpé") hecho de plumas de pavos de monte y unidas entre sí por delgadísimos bejucos. Por el suelo, está una tabla rectangular ("leruncha") sobre la que se muelen los plátanos con un rodillo de palma de chonta.

En los mismos, límites del calvero que rodea la casa comienzan los campos de cultivo que son su sustento económico. Por su importancia en la dieta familiar, destaca el plátano en dos de sus variedades, el "dominico" para la alimentación humana y el "seda" para el engorde de los puercos. Junto a las bananeras, unas pequeñas "chacras" de yuca y de maíz y, algo más alejados, los campos de pinas, en cuyo cultivo se esmeran ya que su venta supone para algunas familias el principal y casi único producto agrícola de comercialización e ingreso monetario. En algunos sectores existen también plantaciones de caña de azúcar, aunque siempre en reducidas proporciones. Cerca de la casa, árboles de cacao, café, aguacate, huabas bejuconas y otros; muy a mano el achiote, cuya semilla es usada como condimento además de como tintura del cabello, y, a veces, el malí, de cuyo fruto extraen el tinte para su decoración corporal. Las familias más ricas tienen terrenos de pasto donde alimentan unas cuantas vacas, aunque su leche tiene una presencia casi nula en la composición de la dieta alimenticia de los "colorados". La base de las comidas cotidianas está formada por el "anó ilá", una masa en forma ovalada y larga hecha con plátano verde cocido y molido, después, en la "leruncha" y que se come, aderezado con sal, sobre una hoja de bijao. Otro plato bastante apetitoso se elabora con esta misma masa y dos o tres pescados de pequeño tamaño.

Todo ello ello se envuelve en hojas de bijao y se ata con un hilo del mismo vegetal, sujetándolo por uno de sus extremos a un palo que se hinca en el suelo con una ligera inclinación hacia las brasas del fogón, que a fuego lento van haciendo destilar el agua hasta lograr un asado exquisito. La carne de pequeños animales salvajes (guanta, gatusa, venado) complementan esta dieta cuando la suerte acompaña en la cacería, ya que los animales domésticos (vacas, puercos, gallinas) se destinan casi íntegramente a la venta a comerciantes que periódicamente recorren las comunas para su aprovechamiento.

Las faldas multicolores de sus mujeres y el atavío y el pelo rojo de sus hombres, atendido con especial cuidado para la feria, dan un atractivo al mercado mestizo de Santo Domingo. Los hombres llevan, enrollada a la cintura, una pieza rectangular de tela de algodón ("manpechampá") que les llega hasta un poco más arriba de las rodillas y permite una gran libertad de movimientos. Es siempre de listas azules y blancas y se sujeta mediante una banda o faja bastante larga que, después de dar dos o tres vueltas, se amarra a un costado y que suele ser de color rojo. En esa faja guardan el dinero, un pequeño espejo o los cigarrillos regalados por algún turista. Sobre el hombro izquierdo se cuelgan una tela ("panu") de colores muy vivos, rojo, amarillo o estampada, que compran en la feria de la ciudad y que usan como pequeño manto echándosela, a veces, alrededor del cuello. En las muñecas llevan unas anchas pulseras de plata ("calata silí"), que comienzan a usarse después del matrimonio como signo de virilidad y de más alta categoría social. Todo el cuerpo que permanece desnudo es pintado con rayas horizontales de color negro como una prolongación simbólica de la "manpechampá". Antes de pintarse estas rayas, frotan todo su cuerpo con el aceite del fruto de un tipo de palmera ("lonco") abundante en la región y que evita que el tinte se pierda con el agua o la transpiración. Después, otro fruto (el mali) proporciona el líquido negro azulado que se usa para la pintura. Las rayas de la cara más finas, las del pecho, los brazos o las piernas más gruesas, aunque su número y grosor depende del gusto y la voluntad de cada uno. Con el jugo de la huehua se pintan, también de negro, los dientes y los labios, aunque cada vez es menos frecuente esta costumbre. Pero es el corte, teñido y peinado del pelo lo que lleva más trabajo al hombre "colorado". Las mujeres se encargan de recoger la semilla del achiote ("mu") y desgranarla y macerarla sobre una hoja de plátano o en una calabaza. El hombre, una vez afeitada su nuca y sus patillas, se impregna las manos de achiote y va tiñéndose el pelo al mismo tiempo que, endurecido y moldeable, se lo peina hacia delante hasta darle la forma de casquete que lo caracteriza. Los días especialmente señalados se coloca encima una coronita de algodón ("mísili"), que ofrece un magnífico contraste con el color rojo del cabello. La posible significación de todos estos elementos de la vestimenta y decoración de los "colorados" es harto dudosa y todas las interpretaciones dadas hasta ahora no ofrecen garantías que permitan su credibilidad, ni aun con el carácter de proposiciones hipotéticas.

La mujer lleva también en la cintura una tela rectangular enrollada ("turnan") aunque de mayor ancho y colores más vivos que los del varón. A ella le llega más abajo de las rodillas y también en líneas paralelas y horizontales, se combinan las franjas verdes, azules, amarillas y rojas. No utiliza faja para sujetarse la falda, pero sí se colocan a la espalda y anudada al cuello una tela de confección industrial, con preferencia transparente y con calados, que, en ocasiones, se echa sobre el pecho como para cubrir los senos. Sus pulseras son de cuentas de colores y suelen llevar una en la muñeca y otra como brazalete cerca del codo. Pero más característicos son los collares que, en numerosas vueltas, engarzan semillas, espejuelos, cuentas de cristal o plástico, huesecillos de ave o cualquier pequeño objeto que despierde su imaginación decorativa. Su pintura corporal es muy similar a la del varón, pero hecha con líneas más finas y, a veces, con ligeros puntitos en los bordes. Pero tanto uno como otra van perdiendo esta costumbre y hoy es muy frecuente ver "colorados" sin la pintura de mali en su cuerpo. La mujer lleva el pelo, a diferencia del hombre, suelto y en estado natural y sólo cuando sale a la ciudad se pone cintas o peinetas.

Cuando la mujer se casa permanece junto a sus padres y es su marido el que va a vivir el primer año de matrimonio a casa de los suegros, mientras éstos, ayudados de los hijos solteros y del yerno, construyen en las proximidades una nueva casa para la pareja recién formada. En ocasiones, sobre todo cuando los padres de la esposa ya son ancianos, esta residencia uxorilocal se hace definitiva. Aunque el padre, ante el matrimonio de los hijos, haga un reparto equitativo de tierras sigue conservando la propiedad real de las mismas y autoridad sobre todo el grupo familiar formado por hijos solteros y casados. Como todos residen cerca, es casi obligado que en las tardes vayan a visitar a su padre y sentados en el orató le cuenten las incidencias de sus trabajos o los proyectos de sus negocios. El mayor de los hijos o el que sea brujo o curandero, será el heredero de la autoridad familiar.

El brujo ("pone") va a recibir, también, un considerable prestigio social y, con frecuencia, la autoridad política. El gobernador actual de los "colorados", Abraham Calasacón, es al mismo tiempo uno de los más afamados curanderos de su pueblo y ello significa ser conocido en todo el país y recibir pacientes indios, negros o mestizos, de los lugares más distantes. Esta clientela tan numerosa hace que los curanderos sean, también, las gentes con más poder económico de su grupo; algunos de ellos han adoptado numerosos elementos de la cultura urbana, desde la vestimenta occidental hasta el uso de coche, otros, por el contrario, figuran entre los más conservadores de su pueblo, quizá porque el mantenimiento de los elementos tradicionales de su cultura les confiere un prestigio "exótico" ante los pacientes de la sierra o la costa que acuden a su consulta.

La iniciación en la práctica de la brujería está ritualizada en alto grado, aunque se desconocen los pormenores de la misma. Cuando un joven "colorado" desea ser curandero solicita ser aceptado en la compañía de alguno de los veintitantos brujos reconocidos de su pueblo. Allí va aprendiendo a conocer los efectos de las distintas plantas que luego habrá de usar, así como el manejo de los elementos auxiliares del diagnóstico y la terapia: pisapapeles de cristal, bolas de acero, hierro imantado, figuras arqueológicas en barro o recientes en madera, piedras pulimentadas, y todo tipo de cosas que el neófito quiera incorporar a su instrumental. Aprende también las oraciones o ensalmos propios para cada enfermedad y el trato con los pacientes. Cuando su aprendizaje se considera consumado es llevado por su maestro al interior de la selva, donde permanece durante ocho días. Los "colorados" guardan cuidadosamente el secreto de las ceremonias de esta permanencia iniciativa, y sólo las informaciones de algún colono mestizo de la región indican, aunque sin mucha fiabilidad, que jóvenes vírgenes les sirven alimentos sin sal y bebidas especiales para esta circunstancia. Una vez pasado con éxito este trance ya puede practicar de modo público la brujería ("mu- queno").

Todas las curaciones se realizan por la noche y, de preferencia, a partir de las doce, aunque ciertas "tomas" en casos especiales o urgentes, pueden practicarse de día (por ejemplo, durante nuestra estancia entre los "colorados", un curandero aplicó a media tarde su tratamiento a una mujer enferma de "lepra blanca" con el fin de que pudiéramos presenciarlo). Nuestra asistencia a esta curación fue excepcional, pues rechazan siempre cualquier ingerencia y con anterioridad ya nos había sido negado por cuatro curanderos el permiso para la observación. Hubo otro que consintió en reproducir fielmente diversos procesos del tratamiento, aunque tomando, como supuesto pacientes a uno de los asalariados mestizos de que dispone como ayudantes y recolectores de plantas medicinales en la selva.

Cualquier tipo de males es tratado de una forma específica. Desde enfermedades de pulmón hasta reumatismo, pasando por el mal de ojo, la envidia o la tendencia irresistible al alcohol.

Naturalmente, cuando la causa del mal reside en otra persona, el curandero necesita una información minuciosa sobre vecinos y parientes hasta poder establecer la identidad del responsable. En estos casos actúan como un instrumento de alivio de los conflictos personales, pues casi siempre prescriben la conducta que debe seguirse para la eliminación de la enemistad o rivalidad que está en el origen del conflicto y, por tanto, del mal. Hay casos, también, en que al curandero se le pide un tratamiento genérico para gozar de la suerte, en donde el elemento principal es un hierro imantado que recorre el cuerpo y la cabeza del cliente, hasta permanecer durante largo rato en sus muñecas. Así su cuerpo quedará impregnado del magnetismo necesario para atraer la "plata" que es, en realidad, el deseo implícito del cliente.

Manuel GutiÉrrez EstÉvez