Brasilia... Brasilia... noches estrelladas y crepúsculos escarlatas... Ciudad de ensueño y de plano, neurona urbanística del mundo, Brasilia, capital de la arquitectura moderna. Brasilia amanece entre el sofocante calor de su aire enrarecido por la ausencia total de humedad.
Brasilia, increíble mito del mundo y desolada realidad de triste belleza... perspectivas trazadas con el frío y el atino de los cartabones y de las escuadras. Tristeza de ciudad dormida donde viven los autómatas del mañana... oasis tecnológico en el furor de la samba.
Ya en 1750, el cartógrafo Goiano Francisco Tossi Colombina, establece una carta de Goias señalando que la capital debería ser mudada hacia el interior. En 1852 Holanda Cavalcanti, presenta en el senado brasileño un proyecto de ley disponiendo sobre la construcción de la capital en el plan alto. En 1920, el presidente Epitacio Pessoa establece un decreto que especifica ya el inicio de la construcción de la nueva capital. En los albores de 1940, y a los gritos del entonces presidente Getulio Vargas, se inicia la cruzada "rumbo al oeste". En 1956, el presidente Juscelino Kubitschek de Oliveira, propone la creación de la compañía urbanizadora de la nueva capital de Brasil y da el nombre de Brasilia para la ciudad. En 1960, el día 2 de abril exactamente, se transfiere oficialmente la capital del Brasil a Brasilia...Cronología veinteañera, historia con tinta goteante, capital de la administración central y de toda la burocracia brasileña: Brasilia es algo más que eso, Brasilia es el niño mimado de la arquitectura contemporánea, la obra maestra de Osear Niemeyer, Brasilia es la fuente de donde bebieron todos los urbanistas de la actualidad.
Cuando mi avión aterrizó en Brasilia, me depositó en un ultramoderno aeropuerto con reminiscencias del de Dubai Schipooll. Pronto, la imaginación del viajero se torna en bucólica realidad, cuando el maletero del aeropuerto cuelga de los bolsillos de mi mochila una tarjeta rosa "Rosinha- animadora".
La realidad del Brasil, la vida increíble del país más joven del mundo, vuelve a vibrar otra vez, olvidando la asepsia de los planos de la ciudad. Pronto, cuando termine mi deambular burocrático por los higienizados pasillos de la selva ministerial, saldré hacia esa otra selva más viva y verdadera, que se extiende hacia el interior, hacia el oeste del río "das mortes" en el corazón mismo del "Mato". Las tribus del Alto Xingú, y otros derroteros bien distintos, me esperan allí.
Dicen que Brasilia sólo pudo haber triunfado como capital después de que se impuso la obligatoriedad de trasladar las embajadas; cuentan que lo mejor de la ciudad es poder pasar los fines de semana en las alegres noches de Copacabana e Ipanema; lo cierto es que hay poca gente que viva verdaderamente contenta en Brasilia durante todo el año.
Todo el mundo tiene prisa en Brasilia, la gente vive a otro ritmo distinto que el de la samba y el Macumba, y quizá sea porque la fotografía aérea de la ciudad se parece a la estructura libre y estilizada de un avión. El cuerpo central está constituido por los ministerios y dependencias oficiales de la administración y, las alas, conformadas por las "asas norte y sur", donde se encuentran los centros comerciales, las zonas de diversión, los centros de cultura y los centros hoteleros.
La ciudad se rodea de un lago artificial que provee de la humedad necesaria y en donde se encuentran las embajadas y los clubes, como el Yatch Club, el Motonáutica, el de Golf, o el Club de Tenis, relajo para los tecnócratas y funcionarios de la urbe.
El lago de la Paranoa, que es así como se llama, corre paralelo a la avenida "das Nacoes" y va desde el jardín zoobotánico hasta el sector hospitalar norte. Por lo demás, la ciudad está programada en un complejo organigrama urbanístico, donde las cuadras y supercuadras de los sectores sur o norte se confunden con los "Eixos Rodoviarios" en una compleja fórmula matemática que muchas veces sorprende al turista.
Brasilia es una perfección mal acabada... Desde que se comenzó a construir el núcleo "das bandereantes", verdadera "melée" de chabolas y casuchas, hasta el último cine del sector de diversiones hay algo mal dispuesto, como faltándole ese toque de gracia que permite decir que las cosas están completamente terminadas.
Antes, en los albores de los años 60, se hablaba del "mal de Brasilia" que sufrían los pioneros atraídos por los sueldos y el exotismo de comenzar una nueva vida, y que consistía en un "gap" debido al choque entre una ciudad tradicional y la monumental e inhumana gran ciudad.
Pero, Brasilia, además de la perfección de la plaza de los Tres Poderes, del palacio del Planalto, Palacio de Justicia, Catedral, Itamaratí y Teatro Nacional, tópicos obligados para el recorrido del turista, tiene su particular mundo underground, su contracultura, emanada de la filosofía que despide la Unversidad idealizada por Lucio Costa y planeada por Oscar Niemeyer. Esta contracultura se reúne en su "meet the Freaks" particular, que suele centrarse los domingos bajo la torre de televisión. Allí, decenas de jóvenes de ambos sexos bailan, cantan, fuman y suspiran leyendo a Saint Exupery o a Marcuse.
Quizá están comenzando la revolución cultural de Taguatinga surgida de la explosión poblacional de Brasilia, o quizá, piensan que los planos paralelos y perpendiculares de las arterias de la ciudad, pueden apresar a la libertad del indígena que cada brasileño lleva en lo más profundo de su ser; lo cierto es que Taguatinga, es probablemente el centro demográfico que más crece en todo el Brasil, y hoy en día puede decirse que coexistiendo en la misma ciudad, tiene una vida social y económica independiente.
Pero Taguatinga no es sino el termómetro que indica la pujanza y la arrolladora fuerza de ese Brasil virgen, de ese "embrión", que quiere salir del huevo de su historia para abrir una página boyante en un "nuevo mundo". Brasilia, simboliza la fusión de la técnica con la naturaleza, la arrolladora fuerza de la máquina sobre la vegetación, consiguiendo un resultado cuyo color dominante es el cobrizo rojo del suelo; pero Brasilia es sin duda alguna una ciudad viva, no tan muerta como se pretende, o, como las fotografías postales pretenden representar. Brasilia vive y vibra al son propio de su ritmo, al ambiente que despide su modernismo y funcionalidad; y, sino, paseemos nuestros cansados pies de peatón, trasnochando en la estación Rodoviaria, epicentro de la ciudad, donde se entrecruzan las ramificaciones de ese entramado vial que nace en Brasilia apuntando a todos los centros del país.
Quizá siempre que oímos hablar de Brasilia, estuvimos escuchando una apología de la perfección urbanística y de la aséptica ausencia humana. Probablemente, cuando vimos alguna fotografía de la ciudad, pensamos que Brasilia era una especie de ciudad ficción a lo Huxley. Lo cierto es que es difícil olvidar la humanidad y el calor del espíritu brasileño, aunque lo estemos esterilizando en asépticas perspectivas y en ordenados viajes. Es difícil, muy difícil, como bien dice el refrán, cambiar a una persona por fuera sin alterar sus adentros, y los adentros del ciudadano de Brasilia D. F. están satinados de samba y de vitalidad existencial, que a lo sumo pueden estar anquilosados por la inercia de su uso.
Brasilia vive, sí, vive a su modo y forma peculiar, pero recordemos que todavía no ha llegado a la mayoría de edad y que no es sino un embrión ultradesarrollado en que deben apreciarse con mucho cuidado los menores síntomas de enfermedad, pues podría morir para siempre, muriendo con ella los dorados sueños del urbanismo contemporáneo.