Tsering Tsampo, ministro del interior de Bhutan, nos saluda cariñosamente mientras nos entrega un regalo como intercambio por los presentes que le traemos desde España en nombre de su amigo tibetólogo Ian Triay. Sólo queremos aprender de otros países, dice humildemente el ministro, al oír mi explicación de cómo los once grupos nómadas que trashuman con sus rebaños de yaks a sólo cien kilómetros de Thimbu están generando riqueza para su país dentro del proyecto de economistas ambientales que nuestra fundación WATU quiere promover.
Desde el año pasado en que por fin el rey de Bhutan permitió que hubiera televisión en este paradisíaco Shangri-La, algo va a cambiar en Druck, la tierra del Dragón, el único país del planeta que ha optado de forma decidida y firme por mantenerse al margen de la globalización y otros mitos de la sociedad de consumo.
A pesar de su vocación de aislamiento, poco a poco está siendo presionado para abrirse camino al exterior. Gracias a permanecer fuera del mundo moderno, los 600.000 Bhutaneses han conseguido que el ochenta por ciento de la extensión de su país tenga consideración de parques protegidos, un ochenta por ciento lleno todavía de bosques que contienen la mayor biodiversidad y endemismos del planeta.
Los políticos de Druck, Bhutan, han supeditado hasta ahora el desarrollo a la conservación del medio ambiente a la felicidad de sus habitantes y a la preservación de los valores religiosos y espirituales de sus ciudadanos.
Los manifestantes de Seattle, la sociedad civil progresista y las ONGS del planeta ven en estos términos actuados por Bhutan, felicidad nacional bruta, una alternativa a la globalización que propugna la Organización Internacional de Comercio y los acuerdos del GATT ante el creciente interés que está tomando una parte de la intelectualidad del planeta que apoya el crecimiento sostenido y controlado que pretende Bhutan.
Nos recibe el editor del Kiensel (claridad). Un enorme cartel de la Naranja Mecánica de Kubrick, decora su despacho. Kubrik es mi director de cine preferido, dice este intelectual, casado con una productora de Singapur, vestido con su tradicional ko. No queremos la violencia callejera, los abusos sexuales ni la turbia infelicidad de la marginación de los suburbios de las ricas ciudades de ustedes que el progreso trae consigo, -explica-; por eso tengo presente La Naranja Mecánica, para recordármelo. Eso es algo que el desarrollo que ustedes persiguen, sin saber sus costes, trae consigo, deteriorando y minando los valores de las sociedades, que se quedan vacías, sólo con dinero, dinero y dinero, y mucha pobreza y desigualdad. Porque en Bhutan no hay pobreza, no se ve marginación; todos los ciudadanos tienen acceso gratuito a la sanidad y a la educación financiada por el Estado, y eso lo convierte en un país verdaderamente modélico para algunos.
Bhutan los dzongs, castillos medievales que albergan a los lamas y a los funcionarios incluido el pembu (gobernador del distrito), siguen siendo el centro de la vida política y religiosa, como antaño. En el siglo XXI que comienza, el rey y el budismo tántrico han podido compaginar pasado y futuro, impregnando de los valores budistas, tolerantes y modernos, a toda la sociedad Bhutanesa. Para el viajero romántico el Tibet fue acallado con la invasión China de 1959; se terminó la Dak siempre vinculada a Tibet y hoy remanso de la India. Nepal, invadido por los hippies del 68 y los aficionados al treking, es un país que está perdiendo su identidad.
Los montañeros y las grandes expediciones han convertido ya el Annapurna y el Sagarmath (Everest) en grandes vertederos de botellas de oxígeno y basuras, generando enfermedades crónicas para el turista que viene buscando la paz de las grandes cumbres. Sólo quedaban en el Himalaya los reinos budistas de Sikhim y Bhutan para el romántico viajero, para el perseguidor del Dharma del Buda, para el viajero que buscaba la cultura tradicional para reencontrar sus raíces. No había más paraísos.
El joven monarca sikhimes, casado con una norteamericana, cayó por el programa de trasmigración de la India; la invasión de su vecino del sur pasó desapercibida en la prensa internacional en 1974.
Cuando todos criticaban a China por la ocupación del Tibet, nadie castigó a la India por esta invasión, ignorada por los habituales defensores de los derechos humanos. Para el viajero amante del pasado queda Bhutan, nombre dado por los británicos, que quiere decir el pequeño Tibet. Pero para los últimos seguidores de Sidharta, que están en el poder y el mundo, se conoce como Druk la tierra del dragón, dragón que corona su emblemática bandera y nos saluda con rugiente recepción en el aeropuerto de Paro, sin duda uno de los más singulares del mundo.
El viajero nostálgico en busca de chortens y estupas aterriza con la maravillosa arquitectura de un tjsong que alberga la terminal internacional, rodeada de signos tántricos, "sudras", "mantras" y trenzas. Las azafatas con sus quiras tradicionales nos reciben transportándonos a otra reencarnación en algún lugar mágico del mandala y samsara vital. Las banderas de oración, darshins, flamean al viento rezando la gran sinfonía de mantras que despiden dando las gracias a la naturaleza que todo lo envuelve aquí en Druk.
Cuando el monzón nos empuja con la lluvia que lame las laderas, que erosiona las carreteras, que desliza los desprendimientos hasta los grandes ríos que los arrastrarán hasta las llanuras del Ganges, comprendemos las inundaciones que muchos kilómetros más abajo alimentan el delta creciente del gran río indio. La deforestación de los himalayas aumenta el nivel de los ríos y ocasiona tremendas crecidas, catastróficos desastres que llamamos naturales pero son producto de la avaricia humana.
Bhutan es diferente y pretende seguir siéndolo. Sus gobernantes ajustan el turismo a sus necesidades y a sus disponibilidades. Por eso han fijado un cupo de diez mil turistas al año y por el momento sólo cinco mil pueden entrar en el país. Por todas partes está el concepto de la sostenibilidad impedir que este pequeño país se vea invadido por las hordas de turistas ávidos de paraísos perdidos.
Doscientos susd al día como impuesto ecológico, podría llamarse así, han de ser abonados en alguna de las cincuenta agencias que tienen autorización para guiar a los turistas por las zonas controladas que el gobierno permite visitar. La paz de los grandes monasterios del Norte no debe ser invadida por las manadas cargadas de videos que irrumpen en la quietud monástica y distraen a los monjes.
Chambula Dorji, dueño de una de estas cincuenta agencias, está de acuerdo en ganar menos dinero, y tener en cambio un país mejor para legar a sus dos hijos pequeños. Él comprende que el Jumolhari, la montaña más alta de Bhutan, un siete mil no escalado que da el nombre a su agencia, sea un destino vedado a las grandes expediciones de montaña. Está prohibida la escalada de los 7600 metros de altitud de este coloso y la de decenas de picos de más de 5000 y el treking de Bhutan se limita a las tierras bajas.
Lamas protestaron porque los dioses, que sin duda habitan en las grandes alturas, sufrían la molestia de expediciones que no respetaban la virginidad de lasa grandes cimas donde viven los espiritus, ni la virginidad de las aguas y sembraban de residuos las laderas, como sucede en los campamentos base de las montañas del Nepal. Tanta prevención convierte a Bhutan, en un país elitista, sin duda el más elitista del mundo; por eso los amigos y clientes de chambula se llaman Reihold Miessner, Richard Gere, Mick Jagger, Henrich Harrer..., jubilados potentados visitan el país en invierno cuando el monzón desaparece, los cielos están limpios y la atmósfera transparente.
Sonsoles Sagrario, la única española que vive en Bhutan, es una funcionaria de las Naciones Unidas, muy importante en Thimbu como representante del programa de seguridad alimentaría de la FAO. Es una privilegiada que experimenta el desarrollo creciente de Bhutan con respeto. Danida -la agencia de cooperación danesa- que ha financiado las rotativas del periódico, Kiensel, NORAD del Gobierno noruego, Sida, de Swiss AID, de Suecia y el World Wildlife Fund, que asesoran y dan formación en política de parques nacionales y preservación del medio ambiente, son algunas de las agencias internacionales más activas en este pequeño país de Los Himalayas.
Bhutan sufre dos grandes problemas causados por sus vecinos. Al norte, el Tibet, hoy de China, presiona con los nómadas que todavía cruzan la frontera con sus rebaños; al sur, la India, y concretamente el estado de Asma, mantiene un conflicto callado con un grupo armado de nacionalistas que pretenden la independencia y se esconden en las grandes selvas del sur de Bhutan, matando con sus kalasnikovs tigres de Bengala, elefantes y rinocerontes inaccesibles al turista que normalmente no visita esas zonas por la malaria y el riesgo personal que conlleva.
Quizá el problema político más delicado de Bhutan sea el que plantea su relación con ese otro gran vecino del oeste, Nepal, a donde Bhutan ha devuelto a 90.000 refugiados que, gracias a la permeabilidad de sus fronteras, se le colaron ya hace algunos años a este idílico país buscando sanidad gratuita y educación para sus hijos. El gobierno Bhutanés, que ya ha acogido a otra inmigración anterior de nepalíes, ahora ya naturalizados y nacionalizados Bhutaneses, tiene que hacer frente a la incomprensión de las autoridades de Nepal.
En agosto del año pasado, el periódico Katmandú Times declaraba en una editorial que no quedaba otro remedio a estos refugiados repatriados que la insurrección, para obligar a este país del tamaño de Suiza y de 600.000 habitantes a dejar entrar a sus vecinos más pobres. Esto, según el gobierno de Bhutan, significará el comienzo de la deforestación, la degradación del territorio, la contaminación y la pérdida de los valores, algo que ese gobierno no puede permitir y que la comunidad internacional, dicen debería impedir.
Bhutan no es un país anclado en la Edad Media. Internet conecta a todos los ciudadanos con un mundo exterior que por una parte los tienta y por otra les incomoda. Los peatones de Thimbu pidieron al alcalde que quitara el semáforo que había instalado en la ciudad y volvieran a poner al guardia tradicional que dirigía el escaso tráfico de la capital. La iglesia Gelukpa tiene mucho poder, pero el ejecutivo no acepta ingerencias ni de ella ni del poder judicial que forman en la asamblea todos los alcaldes y cargos electos venidos a la capital a votar en las grandes ocasiones. La tolerancia es posiblemente el término que mejor encaja en este país de gran diversidad, donde la poliandria y el levirato poligámico conviven con naturalidad.
La religión está tatuada de tal manera en la población de este país que el misionero Mac Kinney, un jesuita norteamericano que murió hace pocos años, nunca realizó ninguna conversión en Bhutan. A su muerte los lamas no se atrevieron a hacerle las exequias budistas, y sus superiores no sabían si ya era budista o cristiano. Mac Kinney, al igual que Tony de Mello y muchos otros, había llegado a un sincretismo que, según los tibetólogos, suele alcanzar un hombre espiritual, tolerante y por encima de las reducidas visiones que muchas religiones permiten. Y todo eso lo habían aprendido en Druk, donde el gurú Rinpoche, el gran santo tibetano, había peregrinado siglos antes desde el Tibet para rezar en este país tan vulnerable, sensible, sofisticado y especial a donde junto con todos mis hijos he tenido el gustazo de viajar en el último monzón del pasado milenio.
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