TRASHUMANCIA, VACADA Y VAQUEROS

Texto y fotografÍas: Diego de Azqueta Bernar.©copyright Diego de Azqueta Bernar

Publicado en Revista Periplo





Mis añejas botas "viajeras" siguen los pasos de las recientes "boñigas" ... ,

Mis hijos Diego y Taisha corren delante por la calzada intentando seguir la "vacada" tras el recodo. Ya dejamos atrás "el cordel", cruzamos la moderna carretera, y delante solo queda la imponente pavimentación romana perfecta desde hace 2.000 años.
Siguiendo la calzada, me siento orgulloso y pletórico de ser testigo de una de las jornadas de la supervivencia del nomadismo europeo.

Porque, sin duda, la trashumancia española, el viaje que realiza el ganado y los ganaderos a lo largo de España, por esta importante cañada real que pasa por el puerto del Pico en Ávila es el último vestigio del nomadismo europeo.

En el filo del siglo XXI, cuando nuestra cultura urbana preconiza valores sedentarios y desnaturaliza la esencia "viajera" por antonomasia de la ganadería - entre otras, epicentro del nomadismo -, queda todavía en nuestro país una riquísima tradición de trashumancia. Este viaje ganadero, -fomentado, entre otros, por ganaderos como Alonso Álvarez de Toledo o cualquiera de los numerosos vaqueros que llevan más de 30.000 vacas, y que en el mes de Junio han cruzado la Sierra de Gredos para "agostar" en las suaves sierras del norte-, es el objeto de estas notas.

Recuerdo ahora, mientras cabalgo ya cruzado el Parador Nacional, que no somos los humanos los únicos seres vivos que para sobrevivir nomadeamos, trashumamos o viajamos. Desde las mariposas hasta el mirlo común pasando por las focas, las cigüeñas, las tortugas o las mismas langostas son otras especies, que, como muchos de nosotros, necesitan viajar para sobrevivir.

Todos ellos buscan sus lugares, de apareamiento los unos, de caza, los otros, o de muerte, los de más allá. El instinto animal, ese gran motor de compleja ingeniería que mueve para desplazarlos ahora, viene inscrito en nuestro código genético, con complejas claves bioquímicas, los mismos que impulsan a estos ganaderos y vaqueros extremeños a buscar en verano pastos más frescos para " sus vacadas", repitiendo casi consuetudinariamente otra secular práctica de supervivencia ancestral. Con sus rebaños llevan un sinnúmero de costumbre, nuevas ideas, prácticas religiosas y lenguaje y, en definitiva, un intercambio cultural que enriquecía y enriquece todavía, los lugares por donde pasa la vacada y sus "vaqueros" durante la trashumancia.

Aquí en España, pisando una cañada real, seguimos unidos a nuestro pasado remoto pues ya Catón el Viejo, el gran historiador romano (232-147 A.C.) se refiere a la ancestral trashumancia que los "hispanos" practicaban a lo largo de la Península desde un pasado arquetípico. No es cosa baldía, pues, el que después de largos años estemos aquí acompañando al viejo amigo, escritor y explorador inglés, Robin Hanbury Tenison, que trashuma en esta vacada de Valdeueza desde hace 12 días, cuando comenzó este viaje

Dice el explorador inglés que este viaje es el más apasionante que ha realizado hasta ahora y quien lo dice está cualificado por el Times como "el explorador y viajero de los últimos 20 años," teniendo tras de sí largas expediciones y libros con la Royal Geographic Society a los lugares más remotos, como selvas del Manu en Borneo, la Muralla China a caballo, Nueva Zelanda a caballo o el Amazonas en "overcraft" entre muchos otros viajes.

Tal y como señala el investigador, "paseante" y doctor en trashumancia, Juancho Viola, los nómadas "hispanos" pre-romanos ya trashumaban por toda la península. En la época de los Visigodos, con Recesvinto, existe un momento de auge de la trashumancia y en el Fuero Juzgo promulgado por este rey (649­670 D.C.), ya se hacía una mención a las vías pecuarias.

Sin embargo, es Alfonso X el Sabio (en 1272) el monarca castellano que constituyó el "Honorable Consejo de la Mesta" , órgano rector de la importante economía ganadera de la época que establecía ya una detallada normativa del desarrollo de la "cabaña trashumante". Estas reglas, muchas de ellas vigentes hoy en la tradición popular, y recogidas por el derecho positivo actual, se referían al itinerario y al ancho de las "Cañadas reales" -las más importantes- fijadas desde entonces en "seis (6) sogas de 25 palmos o 90 varas; siendo la mitad de los cordeles o vías secundarias y una cuarta para las veredas."

Mientras recuerdo todo ello, mis pensamientos y antiguas experiencias me trasladan a otros nomadismos que he vivido con los grandes movimientos de los renos en Laponia, o en las peregrinaciones religiosas de Amarnath en el Himalaya; viajo mentalmente a los movimientos nómadas de los Kamayuras en el "Mato Grosso" amazónico del Xingu, todos ellos luchas por la supervivencia física, económica o espiritual de grupos sociales bien definidos que siguen una tendencia secular en "El Itinere", el viaje.

Siguiendo a Viola, como seguimos al cordel, recordamos que también Alfonso XI en 1385 tomaba a la ganadería trashumante bajo su real protección, creando "La Cabaña Real". Sucesivos monarcas regularon de distinta manera, con detalle y pormenor, todos los itinerarios, servidumbres, derechos y obligaciones de las cañadas, las cabañas, los cordeles y otros usos, dictando hasta más de 64 privilegios. En el siglo XVI, nuestra cabaña nacional superaba los 3.000.000 de cabezas, siendo la primera ganadería europea hasta que, en 1783, Campomanes deroga la ley de posesión, privilegios de los pastos, suprime el alcalde entregador y favorece el fomento de la agricultura, y hasta nuestros días, la trashumancia sigue realizándose en distintos lugares de nuestro país, perdiéndose en gran medida las cañadas por la invasión ilegal que el mismo estado, a través de carreteras o intereses privados, hace en las cañadas y cordeles de la trashumancia.

El día de San Antonio, santo mayor de los ganaderos, 13 de Junio, mágicamente próximo al solsticio de verano, comienza uno de los sectores mas largos de la numerosa trashumancia española, la que comienza en la Azagala extremeña y termina en los suaves pastos del verano, los "agostaderos" de la Sierra de Gredos, en Piedrahita, 15 días más tarde. Las vacas, más de 30.000, comenzarán su lento y constante caminar, acompañadas de breves descansos y sesteos en la sombra cuando arrecia el sol.

Desde la salida del sol en Levante, hasta el Poniente, los recios vaqueros, gente noble y dura, acostumbrada a dormir al raso y perseguir a las reses descarriadas fuera del cordel, trabajarán incansablemente, acompañando el trasiego de la bota con los pensamientos de la novia, el padre o la hija dejados atrás y que no volverán a ver hasta no terminar su gran viaje.

El mito del "Vaquero" (Cowboy) del Far West americano es tomado -precisamente- de estos vaqueros extremeños que llevaron a América todo su bagaje cultural: sus caballos, sus enseres, sus botas, hasta sus sillas de montar y toda la economía caballar. Las culturas de los Indios de las praderas asimilaron rápidamente dichos conocimientos, utilizándolos con gran éxito para mejorar sus técnicas de caza del bisonte, incorporando los caballos robados a los españoles. Este vestigio de cultura vaquera extremeña fue otro tesoro dejado allí por nuestros abuelos sólo hace 400 años, (20 generaciones), casi nada, comparado con los miles de años que la trashumancia ha venido recorriendo nuestros "cordeles", "cañadas" y "veredas".

Cruzando encinares, vadeando ríos, pasando por pueblos, evitando escombreras, parando el tráfico o subiendo por trechos de vías romanas, la vacada y los vaqueros hacen "viaje" envueltos en el polvo y la calor con que el verano castiga a la estepa castellana.

Algunos vaqueros delante, para que las vacas no se salgan del cordel; otros detrás, para evitar la pérdida de la vacada con otras ganaderías distintas que siguen en tramos sucesivos a esta cabaña, la expedición sigue DIA tras DIA ":el itenere", el viaje ancestral de la trashumancia.

Algunos burros llevan el hato, las provisiones para los vaqueros, el buen queso y mejor chorizo o jamón que, junto a la bota, animan el lento caminar de los vaqueros y les alientan en este duro y recio arte. Los buenos pastos, perfectamente negociados y preestablecidos entre ganaderos y concejos desde antaño, dan abundante comida a la vacada que, pese a perder algunos kilos en este viaje, llega fuerte a su destino.

Con el sabor al tocinillo frito en la boca, la hogaza de pan y el sorbo de la bota en el gaznate, galopo sudoroso y contento, pensando en las dificultades de estos vaqueros "carreando" ganado durante 12 días. Su valor y su importancia sociocultural y sin duda económica, debería ser tomada en cuenta por las comunidades autónomas, que deberían apoyar este ancestral viaje, que desde hace 3.500 años sigue igual y se repite, siempre invariablemente, dejando su impronta en la rica cultura popular de nuestro pueblo.