PUSHKAR, LA GRAN MELA DE BRAHMA, RAJASTHÁN
Texto y fotografÍas: Diego de Azqueta Bernar.

Publicado en: REVISTA PERIPLO



La carretera corre, vuela serpentea el altiplano mientras surcamos los estados de Delhi y Haryana. La frontera con el Rajasthán está marcada ya por un gran bloque granítico y por un paisaje agreste que rompe con la armonía tranquila del estado pasado de Haryana. Aquí el Rajasthán empieza a denotar su fuerza y su textura desperdigándose allá un rebaño de camellos mientras nuestro taxi vuela sorteando los habituales obstáculos del camino. Los pastores se cruzan a nuestro paso mientras nos acercamos a Jaipur. La fortaleza-palacio de Amber nos rodea entre sus enormes dedos amurallados; parece como si el Maharajá Jai Singh, quien construyera el palacio en el siglo XVII, nos contemplara desde su maravilloso observatorio astronómico, obra maestra de la arquitectura moghul.

Cae el mediodía... una simple parada en Jaipur para reponer el agua del ambassador y seguimos la ruta hacia Ajmer que está ya sólo a 84 km. El atardecer rajastanié nos estrella contra nuestro asiento embelesados, mientras saltamos en los muelles del coche que chirrían de los frenazos con que nos obsequia nuestro chófer para evitar la suerte de los muchos camiones volcados en varios sitios de esta peligrosa carretera.La ciudad rosa de Jaipur está ya detrás y casi sin darnos cuenta llegamos a Ajmer, centro importante para los peregrinos musulmanes de la zona. Detrás, en la carretera, dejamos el agradable incidente del encuentro inesperado de los amigos bilbaínos "colgados" en el asfalto por su tradicional afición al rioja y al escocés.

El sol ya casi se pone y pedimos al conductor que redoble su energía y su destreza acelerando aún más el coche que ruge subiendo el puerto que separa a Pushkar de Ajmer. No en vano hemos hecho más de 1000 km. Para llegar a este perdido punto del Rajasthán. Desde Kóvalam, casi en el cabo Comorín, el punto más meridional de la península indostánica, hasta Pushkar, aquí detrás de la cota más alta que ya se nos acerca, hemos recorrido más de diez culturas milenarias en esta India misteriosa.

El camino dejado atrás en Jaipur se veía lleno de peregrinos que acudían con sus familias y ganado hacia Pushkar, pero ya desde Ajmer un auténtico torbellino multicolor se despliega cual marea a lo largo de la angosta carretera. Miles de seres humanos, de camellos, vacas, caballos y carros se dirigen en la misma dirección que nosotros, llegando puntuales a la cita de Pushkar. Llegados desde todos los pueblos y aldeas del Rajasthán altivo y medieval, los nómadas vienen aquí esperando poder disfrutar de la vieja compañía del negocio del ganado y del rito religioso matinal en este lago que los picos ya dejan ver y donde hace mucho, mucho tiempo, antes de los rigvedas y después de que los puranas fueran escritos, incluso, Brama, el creador de la Trinidad hindú, dejara caer una flor de loto en este desierto del Thar, que comienza aquí. Después de caer el loto, emanará de la arena este maravilloso lago.

Por eso, hoy todavía, en Pushkar se prodiga un culto especialísimo y único a Brahma; y dicen los filósofos y los exegetas del lugar, que es el único lugar de la India en donde hay un templo y un culto dedicado únicamente a este dios creador.

Quizá no sea sólo eso el motivo que atrae a Pushkar a tanta gente, más de 400.000 personas, dicen las autoridades del estado, pero sin duda que estos 10 días de feria es el souk más importante de todo Asia y el encuentro tradicional donde se reunirán las familias, se realizarán alianzas clánicas y se comerá en abundancia. Aquí como en todas las grandes ferias del mundo se reunirán un sinfín de vendedores para ofrecer sus productos a los ricos campesinos venidos del interior.

El coche ha cruzado ya la cota más alta y Ajmer se quedó atrás. Enfrente de nosotros, una enorme planicie desértica abarrotada de tiendas y un enjambre humano donde los animales y los hombres se confunden en una perfecta armonía.

Alrededor del loto de Brama, Pushkar- el lago- se cierran las callejuelas retorcidas de este pequeño pueblo que una vez al año, hoy, y desde hace siglos, renueva su personalidad y recibe al forastero llegado desde los últimos recónditos puntos del Rajasthán, en derredor del coche, el fragor humano nos invade y dejamos nuestros cuerpos cansados entregarse al apabullante y mayestático espectáculo de la puesta de sol que desde que dejamos el mar arábigo no habíamos vuelto a contemplar.Aquí entre los nómadas del desierto del Thar y degustando el chopati y el bidi que nos tiende la hospitalidad de Pushkar, nos entregamos a la maravillosa contemplación del fantástico espectáculo que nos rodea. También embelesados por la puesta de sol, algunos visitantes de lejanas tierras descansan en las tiendas que el Estado ha puesto a disposición de los extranjeros. Los "clicks" de alguna cámara fotográfica intentan captar, sin conseguirlo, toda la belleza y majestuosidad de este anochecer donde parece que no han pasado veinte siglos de historia.

Los fuegos chispean ya y conversamos, como podemos, con los venerables ancianos, jefes del clan, que pausadamente chupan sus shiloms mientras narran antiguas historias. El manto de la noche se cierne ya sobre nosotros y apaga con su quietud las miles de voces que en cuclillas cuchichean, mientras de vez en cuando la voz del camello rasga la noche.

Amanece... como desde hace siglos, desde siempre, una hora antes de la salida del sol, los hombres salen de su calor y de su sueño apegados a los cuerpos de sus camellos y se desperezan de un salto poniéndose con compostura el turbante que les sirviera de almohada durante la noche. Nosotros también salimos de la tienda en la oscuridad mientras el crepúsculo nos embriaga con su halo fascinador. Un hombre de férrea complexión, que lleva tras de sí a dos mujeres jóvenes, nos coge de la mano con el dedo pulgar a la usanza del lugar. Nos dirigimos hacia el centro urbano y ya las calles, llenas de vida, nos impiden el paso teniendo que abrirnos camino como podemos guiados por el amigo recién encontrado.

La luz va progresivamente en aumento pero parece que se tratara del mediodía pues la ciudad tiene ya su apogeo y los vendedores de caña y de especies siguen su trasiego mercader continuado durante toda la noche.

Después de un largo deambular y agobiados por los miles de peregrinos que como nosotros van a bañarse a los ghats de la ciudad, llegamos a una de las escalinatas donde después de quitarnos la ropa nos sumergimos entre la gente. El sol despunta ya en la ciudad sagrada donde un templo corona la cima y podemos ver en nuestro derredor el espectáculo maravilloso de miles y miles de hombres y mujeres bañándose y realizando la ofrenda de Pusha en los templos vecinos. Nadamos y contemplamos este maravilloso lago enmarcado en las colinas vecinas y donde un clamor de cientos de miles de gargantas saluda con bullicio la llegada del nuevo día y el comienzo de otro día de Mela.

La feria de Pushkar ha empezado ya y los forasteros dejan lavar sus impurezas nocturnas y sus cuerpos y almas con este baño ritual donde se apiñan cientos de miles de personas para purificarse y pedir a Brahama suerte y templanza para el año venidero.

En el interior del recinto urbano sadhus, santones y maestros de toda suerte, imparten clases matinales de religión y de yoga.Miles de personas subidas en los tejados de las casas, rezan, miran, saludan al nuevo día.

Los días transcurren en la Mela y las transacciones comerciales se suceden, se venden camellos, se compran caballos, se marca ganado y, como en toda gran manifestación humana, se dan cita los mendigos profesionales y los ilusionistas, quienes con sus gritos y sus tretas atraen a una importante clientela que deja sus paisas sudorosamente ganados en los bolsillos de los profesionales manipuladores de reacciones.

Asimismo, la alegría de la fiesta se sucede y los hombres y mujeres se entregan a canciones y a los bailes.

Uno de los días de la Mela, el último, tendrán lugar las competiciones y se darán cita los camelleros para probar su destreza en el difícil galope del camello y en el arduo galope del caballo será el ejército quien demuestre su habilidad en la carrera.

En derredor de un gran circo natural, el estadium como lo llaman aquí, se congregarán miles de turbantes multicolores para contemplar un espectáculo de más de seis horas de duración donde se sucederán las carreras de mulas, de carromatos de camellos, de camellos y las pruebas de resistencia y fuerza de los animales a pesar de las hirsutas y altivas miradas y de las dentelladas de los malhumorados camellos que entre otras pruebas tienen que, por ejemplo, levantar a más de quince personas encima de sus sufridas jorobas. Es una de las competiciones más reñidas y de más expectación entre los miles de seguidores del torneo.

La fiesta se sucederá y la gran Mela de Pushkar, la feria más importante de Asia, y, sin duda una de las concentraciones más importantes del mundo, seguirá su curso el último día, como si nada hubiese sucedido, los hombres y mujeres terminarán su baño ritual del amanecer y frescos purificados y descansados enjaezarán sus carros y seguiránlas rutas, las carreteras y las pistas del Thar que les conducirán a sus lugares de origen.

También nosotros, purificados con su contacto, como dice Levi Strauss, seguiremos nuestro itinerario volviendo a nuestro lugar de origen no tan perdido y olvidado, esperando volver a reencontrarnos en otra Mela de las pocas que el hombre occidental deja a su paso y en un futuro no tan lejano girar como ellos nuestro mandala vital.

Diego de Azqueta Bernar