Las sociedades tribales no son tan primitivas como se piensa. Tampoco son sociedades que vivan al margen de la economía. Ellas tienen su propia economía y consumo, un consumo racional y limitado en el que caben incluso políticas a largo plazo. Diego de Azqueta, miembro de honor de SGE y presidente de Watu Acción Indígena, escribe sobre este tema.
Las sociedades tribales no son tan primitivas como se piensa. Tampoco son sociedades que viven al margen de la economía o el consumo. Ellos tienen su economía y su consumo, todo ello racional y limitado, y con políticas a largo plazo.
Estas culturas tribales, los indios, han descubierto hace miles de años que los recursos naturales son un activo patrimonial, social, de sus culturas, que no pueden consumir ni destrozar. Ellos viven de las rentas de ese patrimonio social que es la naturaleza, y no consumen el principal, el activo: los recursos naturales.
Sin embargo, nosotros, los "civilizados", destruimos para siempre el capital de los recursos naturales y, con nuestra arrogancia cultural, ni tan siquiera nos damos cuenta de ello.
Desde hace varios años, Robert Repetto, director de proyectos económicos en el Instituto de Recursos Mundiales de Washington, viene preconizando el cambio cultural de nuestros criterios antieconómicos y antiecológistas para medir el desarrollo.
En un interesantísimo artículo aparecido recientemente, este importante economista señala que el cambio de criterios, la modificación de la filosofía para medir el producto nacional bruto (PNB) de un país en el foro de la Comisión Estadística de la Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) pueden hacer mucho más para solucionar la ecología del planeta que muchas de las manifestaciones verdes y ecologistas que diariamente se realizan en el mundo.
Nuestro modelo de medición, implantado con criterios keynesianos de hace 50 años, mide el PNB de un país sin distinguir que para computar ese PNB se están destruyendo recursos naturales de ese país; en definitiva, activos de ese país. Así, para medir el PNB de una nación depreciamos los bienes de capital que deducimos del PNB (edificios, industrias, equipos). Esto es lógico: la depreciación de los bienes de capital se deduce del PNB, dando un saldo neto, que es el que subsiste después de mantener el capital intacto. Así, en nuestra economía doméstica, si vendemos nuestra casa y nuestro coche y nos quedamos sin nada y sin capital, no consideraremos renta corriente al producto de tal venta.
INGRESOS CORRIENTES
Increíblemente, sin embargo, los países queman sus reservas de madera forestal y minería, y expolian todos sus bancos piscícolas y riquezas naturales, acabando al mismo tiempo con su medio ambiente, y sin embargo, su contabilidad nacional tratará todo como un ingreso corriente; por lo que el PNB de ese país subirá. En ningún lugar de todo el proceso productivo de una nación se computa la pérdida de los recursos naturales de ese país, como si fueran eternos e inagotables.
En definitiva, el sistema de medición convencional -keynesiano- no contempla los recursos naturales como bienes de capital del patrimonio de esa nación. Cuando se implantó este sistema, hace 50 años, nadie excepto las sociedades tribales -los indios-, pensaba que destruir y quemar un poco aquí y allá era quedarnos sin capital para siempre.
Desgraciadamente, hoy, después de 100 años de industrialización, vemos que esto no es así, y los recursos naturales del planeta se terminan. Nos estamos comiendo, gastando, nuestro capital en términos de administración. Pero los políticos y los economistas que dirigen la "globalización" de la economía mundial son tan ignorantes que solamente cuando expresemos este enunciado en términos economicistas -nos estamos arruinando comiéndonos el capital- reaccionarán. No basta con saber que estamos destruyendo el planeta y las culturas que viven en él, con nuestro "civilizado" modelo de desarrollo.
Esta manera equivocada de computar la riqueza de un país oscurece los costes económicos de la destrucción medioambiental, perpetuando el falso mito de la dicotomía entre crecimiento económico o protección medioambiental.
Así, por ejemplo, el PNB de Filipinas creció desde 1965 hasta 1980 a un tipo interanual del 5,9 por ciento, aparentemente un comportamiento muy satisfactorio. Pero las cuentas nacionales de Filipinas nunca contabilizaron que en ese período de tiempo, el país había tenido una pérdida irremplazable de sus recursos naturales, problema que hoy, 25 años más tarde, es ya inexorable y se ha convertido en una crisis nacional. Filipinas se está gastando, comiendo, su capital natural.
Lo mismo sucede con Tailandia, que ha destruido su riqueza forestal -en 1965 un 75 % del país estaba lleno de la riqueza forestal de selvas húmedas, y sólo un 12 % del país tiene ya árboles- con altos niveles de PNB, y otras decenas de ejemplos en todos los países del mundo.
La controversia sobre la destrucción del Amazonas, por ejemplo, no es de hecho un conflicto entre uso y preservación. Los países amazónicos están extrayendo dinero a corto plazo a costa de perder para siempre una renta continuada a largo plazo que conservarían para siempre y haría a esos países verdaderamente ricos, midiendo la riqueza como lo que es: un todo global.
Está suficientemente probado, por estudios nacionales e internacionales, que los rendimientos a largo plazo del cultivo de distintas especies naturales que se dan en la Amazonía, como el caucho, las fibras de palma, los aceites naturales, las resinas y las castañas, así como la farmacopea indígena, por ejemplo, generan una mayor riqueza que la agricultura industrial basada en la tala y quema.
Para poner un ejemplo, solamente un país, Brasil, ha gastado ya más de 5.000 millones de dólares en ranchos masivos y antieconómicos, a pesar de la evidencia palpable de que esos pastos pueden mantener muy poco ganado -una hectárea, una vaca; una hectárea europea, 500 vacas- y de que estos pastos se deterioran rápidamente -en tres o cuatro años-, y teniendo que volver a talarse más selva, sin darse cuenta de que esta selva se acabará algún día. La tierra posteriormente se convierte en improductiva, desertizándose grandes zonas donde antes había riqueza forestal, patrimonio forestal y activo medioambiental. Equivocarnos en esto, intercambiar una pérdida de esa riqueza natural para siempre por un aumento de la renta anual, es un error histórico que nos llevará a la bancarrota, además de al cataclismo ecológico.
CRECIMIENTO DESARROLLISTA
En nombre de un mítico crecimiento desarrollista, que sigue empobreciendo cada vez más a muchos países del Tercer Mundo, todas las naciones están destruyendo los recursos naturales en los que se sustenta su futura prosperidad. Las políticas de todos esos países consideran que la protección medioambiental es un lujo, en lugar de una estrategia de supervivencia. Las políticas desarrollistas de todos estos países, incluido el nuestro, no ven más allá de sus narices, siempre pensando sólo a corto plazo. Un cuento tibetano reza que cuando el sabio señala la luna, sólo el imbécil se fija en su dedo, sin ver lo que éste señala.
Robert Repetto, precursor de este cambio de la medición del PNB, y las culturas tribales que estamos asesinando, en un genocidio desarrollista, lo vienen diciendo desde hace decenios. ¿Por qué no somos civilizados de verdad e inteligentes en nuestra chovinista destrucción del medio ambiente y copiamos en esto a los aparentemente salvajes y primitivos indígenas proteccionistas?